Distopía, leyenda y neuromancia

El cielo sobre el portal tenía el color de una pantalla de televisor sintonizada en un canal muerto…
William Gibson

Si damos rienda suelta a nuestra imaginación, podremos visualizar un mundo en el que no existen las clases sociales ni la segregración racial, y todo en el mundo es una convivencia armónica en la que los humanos muestran siempre su mejor faceta. A esto le llamamos utopía.

Fue Tomás Moro, con su libro Utopía (1516), quien acuñó este término y lo aportó al mundo de las letras con un significado claro: a través de la imagen de una metrópoli inexistente, construye una alegoría de mundo ideal en el que todo es perfecto —el progreso científico, el orden social y político, y la convivencia entre los humanos—, situada en un futuro no siempre muy distante. Siglos después, a finales del siglo XIX, en contraposición a la utopía, nació la distopía.

Este género surgió como una sátira o reflexión a la realidad social que nos sumerge en perspectivas futuristas de mundos imperfectos en el que la realidad cotidiana han cambiado gracias a los avances tecnológicos, pero la sociedad no es sino un producto de la animalidad del hombre, y éste, paradójicamente, se ha deshumanizado.

La distopía en letras e imágenes

En la literatura siempre han existido las utopías y las distopías, sociedades de ensueño y paisajes desoladores en los que ninguno de nosotros desearía vivir. Al parecer, el ser humano tiene una tendencia hacia el pesimismo y goza de la morbosa fascinación de imaginar la belleza de un futuro catastróficamente incierto o postapocalíptico en el que los estratos sociales se han polarizado o, bien, se han hecho exageradamente homogéneos y se busca erradicar cualquier rasgo de individualidad; el poder del Estado es absoluto y totalitario, oligarca o fundamentalista, o son megacorporaciones las que han suplantado a los gobiernos en el ejercicio del poder; el equilibrio ecológico ha sido devastado y la migración a otros planetas ha sido una solución obligada.

Así, podemos ir de distopía en distopía de la literatura y el séptimo arte, desde los pioneros H. G. Wells y La máquina del tiempo (1895), Fritz Lang y su filme Metrópolis (1927), pasando por Aldous Huxley en Un mundo feliz (1932) y Stanley Kubrick con su Naranja Mecánica (1971), Do Androids Dream of Electric Sheep? (1968), de Philip K. Dick y su contraparte cinematográfica, Blade Runner (1982), concluyendo con Watchmen (2009), V de venganza (2005) y, por supuesto, la tan criticada trilogía de Matrix.

Pero no todas las distopías son trágicas, tal y como nos lo dice Richard Matheson en su libro Soy leyenda (1954) —que sería adaptado a la pantalla grande en diversas ocasiones—, en voz de Robert Neville, el último hombre sobre la Tierra que, luego de luchar contra una nueva raza de humanos vampiros mutantes, al final se da cuenta de que su vida dará de qué hablar, y que ha luchado hasta el límite de su vida por cambiar un futuro indeseable para él, pero promisorio para la «nueva raza humana». Antes de morir, pronuncia unas últimas palabras que sellan la visión de su destino: «[I am] a new superstition entering the unassailable fortress of forever. I am legend».

Con la llegada de la era de la informática a principios de la década de los 80, las visiones distópicas tomaron un tono distinto, en especial a partir de la aparición de una novela determinante: Neuromante (1984), de William Gibson.

¿Y de qué color es un canal muerto?

Podríamos decir que Neuromante marca el inicio del subgénero de la ciencia ficción llamado cyberpunk. La palabra, compuesta por el lexema cyber —que deriva del griego, kubernétes, ‘capitán, timonel’—,que se refiere al mundo de la informática, y la palabra punk, en referencia al movimiento social y musical que surgió a mediados de la década de los 70, que se alzó en contra de la comercialización, la industrialización, la pérdida de identidad y todas las consecuencias de una sociedad «más avanzada». El término cyberpunk fue acuñado por Bruce Bethke en un cuento corto con ese nombre, publicado en 1983; Bethke explica que su intención fue vincular los avances tecnológicos con todo lo que la palabra punk significa, además de que el título se recordaba con facilidad.

Teniendo como precedente la novela 1984 (1948), de George Orwell —que, por cierto, es una distopía—, el cyberpunk se enfoca en historias futuristas en las que los seres humanos han perdido ciertas cualidades de seres civilizados, lo que ocasiona que se conviertan en un número más dentro una interminable cadena, como le sucede al protagonista del primer largometraje de George Lucas, THX1138 (1971), un título que más bien nos podría remitir al sistema de sonido del mismo nombre, o a la matrícula de un automóvil.

Bruce Sterling comparte con Gibson el crédito del nacimiento de esta corriente, pues ambos autores coincidieron en retratar el lado oscuro y nihilista de la metamorfosis de la sociedad derivada del boom de la informática. Su obra cobró mayor relevancia cuando el cyberpunk dejó de ser sólo un subgénero de ficción y, como una profecía que se autorrealiza, se convirtió en una ideología y una forma de vida para millones de personas cuyo punto de reunión es, precisamente, el ciberespacio y, más allá de la literatura, consumen videojuegos y se divierten con juegos de rol.

El cyberpunk, además de haber acuñado términos como ciberespacio —que es una alegoría de la Internet—, y de haber introducido a la literatura la jerga propia de los «internautas» —por ejemplo, chat, ávatar y realidad virtual—, ha servido de pauta a otros autores para que imaginen mundos alternos, distópicos, en los cuales un humano es un ser frágil, víctima de una sociedad injusta que le aprisiona. Esta ideología se reafirma en una frase de Sterling: «Cualquier cosa que se le pueda hacer a una rata, se le puede hacer a un ser humano. Así pues, si quieres saber qué se hará a los humanos en 20 años, observa lo que se está haciendo ahora a las ratas».

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Imagen del post: xpsam

Publicado originalmente en Algarabía 63, como tercer lugar del concurso «De Algarabiadicto a Colaborador»

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