Yo también soy Charlie

charlieEl mundo está conmocionado por lo de Charlie Hebdo. Yo no puedo evitar estarlo. Pienso en la junta de redacción.

Cientos de veces, estuve reunido con todo el equipo de Luces del Siglo en una sala. Como periodista, sabes que ese es el momento exacto en el que cualquier hijo de la chingada puede venir y deshacerse de todos juntos. Y eso fue lo que pasó en aquella redacción en París.

Pienso en la junta de redacción porque sé cómo es una de ellas. Todos ponen una pausa a su trabajo, llegan a un mismo lugar y se acomodan cerca de sus más cercanos colaboradores, esos que ya se han convertido en amigos. En lo que todos se ponen de acuerdo o terminan de llegar, tu le mientas la madre al de a lado o le cuentas el último chisme del ambiente reporteril.

De pronto, comienza a hablar el jefe. Entran las ideas en concenso y empiezan los primeros trazos de lo que será una publicación impresa que verá la luz la próxima semana. No faltan los chistes, el que dice alguna pendejada, ni el comentario sarcástico del jefe que hace reír a todos, o el reportero gracioso que le hace ese comentario al jefe y hace reír aún más. También están esas juntas ríspidas en las que alguien en verdad hizo algo malo o hay malas noticias y el ambiente es tenso, pero la función debe continuar.

Todos somos profesionales en nuestra labor y compartimos nuestra experiencia con los colegas. Proponemos temas, dejamos salir a los demonios que tenemos adentro para intentar que nos sea aprobada la publicación de un texto que queremos manejar. Si eres quien lidera la junta, te enorgullece que los reporteros tengan tantas ideas en bruto que pueden convertirse en diamantes periodísticos. Verdaderas bombas que harán temblar al poder.

Imagina entonces que, en medio de ese proceso, llega un trío de personajes encapuchados y ves como le disparan a tu amigo del trabajo, ves a tu jefe, de quien tanto has aprendido, ensangrentado y pidiendo ayuda, y luego sientes como la vida se te va de las manos junto con tu fuerza vital mientras un imbécil grita cosas sin sentido sobre su religión.

¿Que no todas las religiones predican el amor al prójimo?, te preguntas mientras mueres, a la vez que te cuestionas a qué clase de lugar irás a parar. Intentas asirte a la mesa de redacción, donde están tus papeles y la pluma que tanto usaste para desahogarte, o la laptop con toda tu vida periodística en ella, da igual. Caes al suelo. Ves la mirada de una de tus compañeras, esa, la que te gustaba, y sus ojos abiertos ya no tienen un alma que mostrar. Están vacíos. En ese instante, el mismo fanático imbécil llega hasta ti, pone su arma en tu cabeza y te manda a averiguar si hay vida después de la muerte.

Ojalá pudieras regresar para hacer un reportaje que aclare de una vez por todas si Dios existe. Ojalá hubieras tenido tiempo de sobrevivir. Ojalá hubieses tenido un arma con la cual contraatacar; la única arma que siempre empuñaste, ahora se encuentra atravesada por una bala y escapa por tu cráneo. Ojalá que tus ideas se vayan volando y caigan en otro ser como tú, dispuesto a defender con su vida la verdad y atacar las injusticias con sus palabras. Ojalá.

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